lunes, 30 de enero de 2012

JUAN Y EL PREGUNTON, Y ALGUNAS COSAS MAS, por Carlos Trillo

Alberto Osvaldo Bróccoli era muy joven, un niño casi, cuando una musa llamada Hermenegilda golpeó las puertas de su sensibilidad.
Toc, toc.
-¿Quién es?
-Tu musa, pequeño.
-Ah, bueno, pasa.
La sensibilidad de Alberto Osvaldo Bróccoli era espaciosa, con tres lindos ambientes, cocina, baño completo y un amplio patio con macetas de malvón.
A Hermenegilda le gustó el lugar, y se quedó a vivir en la sensibilidad de nuestro héroe. Y como no se trataba de una musa capaz de inspirar a nadie ganas de ser picapedrero, o picapleitos que es bastante peor, insufló artes gráficas a raudales en la joven cabecita.
A los 12 años, Bróccoli calcaba al ratón Mickey que era un primor, un primor, según testimonio de sus tías.
A los 13, portando ya una incipiente pelusilla sobre el labio superior, el Broc tomó una determinación. Fue así como envió uno de sus dibujos a Walt Disney, y recibió como respuesta una carta de los Tres Chanchitos alentándolo a respetar a padres y maestros.
Este aliciente lo movió a seguir en la línea trazada (que no estaba en el centro de una carretera, como algunos maledicentes murmuran por ahí).
El joven Bróccoli se puso a dibujar. Borroneó cuadernos rayados, de esos de la escuela primaria, y blocs de los que se usan para dibujar mapas de Europa y Oceanía, y también márgenes en blanco de revistas nacionales e importadas, y cartulinas de embalaje, y toda superficie lisa no previamente dibujada por otros.
Finalmente, Bróccoli se transformó en un dibujante hecho y derecho, con anteojos y campera de antílope. Todo, su chaleco, su lucidez, su ardiente defensa de las causas perdidas, sus conocimientos de artistas vivos, muertos y aún desfallecientes, su hogar lleno de mujeres (3), su gato Rodolfo, su cuadro titulado “El sombrero de Chamberlain”, su investigación acerca del cuturrú, ave extinguida de América del Sur, todo hace de él un hombre capaz de representarnos con orgullo en el exterior.
Y hoy, por fin, la cosa se produce y Bróccoli llega al libro solo, despojado de adláteres, con sus personajes para que retocen a sus anchas dentro de las limitaciones de las medidas de caja.
En las siguientes páginas, el lector podrá conocer algunas cosas más y también a Juan y el Preguntón, una de las tiras más hermosas, más ricas que se producen en la Argentina.
Juan y el Preguntón forman una de esas parejas cuyos integrantes no podrían existir individualmente, como Mutt y Jeff, como Romeo y Julieta, como Menéndez y Pelayo.
Nadie podría imaginarse a Krazy Kat sin el ratón que le pega ladrillazos en la cabeza, ni a Sherlock Holmes sin un Watson a quien apabullar constantemente con sus deducciones. Tampoco es posible concebir a Juan, un hombre libre, valioso, mágico, disparatdo y sin prejuicios, sin la contención de ese gordito burócrata que está esperando siempre que Juan eche a volar para certificar el acontecimiento con un sello y una estampilla fiscal de cien pesos.
Escuché alguna vez esta definición de humor: humor es una actitud inteligente ante la vida. Agrego que hay que tener muchos ojos y muchos oídos para captar el mundo como es en realidad, con sus vallas, sus miserias, sus eructos.
El humor sirve para mostrar las cosas tal cual son, y en definitiva para modificarlas.
En la Argentina tenemos a Bróccoli.
Es una suerte.

(prólogo a la edición española de Juan y el Preguntón y Algunas Cosas Más, Planeta, 1975)

No hay comentarios:

Publicar un comentario