lunes, 8 de octubre de 2012

UN REINO AZUL, por Laura Vazquez Hutnik

Hay una historieta que me fascina. Fue publicada en la revista Fierro N.º 12 (agosto de 1985) bajo el título «El Reino Azul (historia infantil con algo de escatología)». Escrita por Carlos Trillo y dibujada por Enrique Breccia en 1978, fue publicada recién en pleno Juicio a las Juntas y en el contexto de transición democrática. No soy la única: en 1986, los lectores de Fierro la votaron como Mejor Historieta en una encuesta.
A Trillo y Breccia les alcanzaron ocho breves páginas para hacer del lenguaje un instrumento de intervención política. La historia comienza así: «Había una vez un rey que quería que su reino fuera diferente de todos los otros, que tuviera algo que lo hiciera distinto a los ojos del mundo entero. El rey quería que todos los pueblos se maravillaran, boquiabiertos, viendo ese algo que hacía a su reino diferente de todos los demás».
Como tipografía se utiliza una cursiva escolar e infantilizada, coloreada por momentos y resaltada en imprenta cuando se quiere enfatizar la voz del rey autoritario: «MI REINO DEBE SER TODO AZUL», «CUANDO DIGO “TODO”, QUIERO DECIR “TODO”», «DESDE HOY QUEDAN PROHIBIDOS LOS INODOROS», «QUE DESDE MAÑANA TODO SEA MARRÓN». La palabra azul se transforma en marrón, y así va fijando su alternancia grotesca, como un paso de comedia. El único que no cambia de tono es el rey: sobre un fondo azul (que funciona como decorado de la escena), su corona amarilla y su chaqueta militar con escudos y medallas mantienen la coloración original. Dibujado como un cetáceo amarillento, redondo y calvo, el pequeño reyecito de nariz aguileña y mandíbula aserruchada imparte ordenanzas desde el palco presidencial y en conferencia de prensa.
Como la historia de un cuento de hadas, pero al revés, puede parecer que la historieta pone el acento en el régimen dictatorial, la coacción y la censura aunque su fuerza esté en la resistencia y los modos de subvertir el orden impuesto. En el contexto de época, esta historieta retoma algunas de las preocupaciones centrales de esos años de transición democrática: la transgresión a la norma, los múltiples signos de la violencia, la denuncia y los efectos de la ideología sobre el cuerpo. El rey caprichoso de la historieta de Trillo y Breccia se asemeja en sus actos a Hynkel, el tirano retratado por Chaplin en su célebre filme The Great Dictator (El gran dictador, 1940). La frivolidad de sus excéntricos pedidos es explícita: sus órdenes son fruto de la abulia antes que de la convicción, antojos por aburrimiento basados en operaciones maniqueas y monológicas. Así, la ideología es representada como la voluntad maniática y perversa de un déspota trasnochado.
Su voz aparece con una sintaxis crispada en las reiteraciones y su ¿deseo? de pintar la ciudad de color azul como un tópico exasperante: neurótico hasta la médula y ávido de poder, este pequeño reyecito está condenado de antemano. La patrulla imperial aparece representada bajo la forma de gigantescos orangutanes y gorilas vestidos con armadura. En las viñetas no faltan las figuras religiosas y las aves consejeras.
En muchos de sus textos, la relación que Carlos Trillo mantiene con el contexto social y político se manifiesta de manera oblicua y figurada, haciendo uso desde la más directa relación metonímica hasta las formas más complejas de la metaforización y la alegoría. El Reino Azul tiene el poder de condensación que marca el estilo de sus intervenciones críticas, mostrando que el guionista siempre eludió las estrategias narrativas que ofrecen visiones totalizantes y tranquilizadoras. El color azul como tópico de análisis y como significante político había aparecido en otros trabajos del guionista. También en 1978, y con una temática distinta, escribió El Hombre de Azul, un unitario ilustrado por Alberto Breccia y publicado en el número 58 de la revista Skorpio, en diciembre de 1979.
Quizá porque sabía que los príncipes azules destiñen, Trillo —como los verdaderos pesimistas— también se da el gusto de ser irónico. Si hay algo así como una «moraleja» del cuento, la trama pone en escena la imposibilidad del control y el artificio de la vigilancia. La referencia (como bajada del título) a una «historia infantil escatológica» no tiene nada de inocente: hay un nexo entre el orden de lo representado y el orden de la representación. Lo que se pone en escena es una estética y una narrativa de la resistencia bajo la textura (desesperada) de un cuento escrito en los años más cruentos de la dictadura.
En el cuadro final, ese sorete azul, dejado en acto de rebeldía y en oposición a la doctrina imperial es, en cierto modo, un mensaje cifrado. Como su contracara es el absurdo y el acto irracional, lo imaginario se torna verosímil. Así, en las fisuras de la sociedad disciplinaria y en el espacio público (la esquina de una plaza cualquiera, con su farol de medianoche encendido), la desobediencia se hace presente bajo la forma de un imposible.

Publicado originalmente en el libro Fuera de Cuadro (ideas sobre historieta), recientemente editado por Agua Negra.

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