jueves, 29 de noviembre de 2012

PROBLEMAS DE IDENTIDAD, por Carlos Trillo y Guillermo Saccomanno

Algunas reflexiones sobre la historieta y el humor gráfico en la década del setenta

Sin plantearse una renovación de retóricas y códigos de probada eficacia, las publicaciones de la década del setenta, al menos, permitieron ciertas vueltas de tuerca y con ellas, aparejado, el acceso de creadores que se iniciaron compensando su juventud con talento y profesionalismo. Esta década, también, significa para los argentinos, su historieta y su humor gráfico, la recuperación de un esplendor perdido y, en consecuencia, el reconocimiento internacional. Nunca antes los cultores de estos géneros cosecharon tantos premios ni vieron, de tal manera, abrirse ante ellos las puertas de otros mercados. Esta situación que favoreció ingresos y narcisismos, no
obstante, inspira además del alborozo algunas reflexiones.
Es sabido que la gratificación económica es tan o más importante para los creadores como la admiración de sus trabajos. Como no estamos totalmente convencidos de la inmanencia de la obra de arte, pensamos que su lectura más enriquecedora y trascendente se ancla, ineludiblemente, en las circunstancias de su hacedor y establece así los vínculos entre aquella, este y la realidad recreada directa o simbólicamente. Por eso, en nuestra opinión, la repercusión obtenida por las historietas y el humor gráfico en nuestro país nos obliga, precisamente, a análisis cada vez más rigurosos. Por su masividad y la índole peculiar de sus recursos expresivos, estos géneros nos reclaman con insistencia lecturas que escarben la mera superficialidad de sus tramas y variaciones. Y entonces, con seguridad, la nominación de "marginales" con que fueron clasificados, perdería todo asidero como si en alguna oportunidad lo hubiera tenido. Al respecto, nos preguntamos cómo se puede rotular "marginal" una obra que se exhibe, cotidianamente, en infinitud de kioscos, reproducida con un tiraje vastísimo. En todo caso, conjeturemos, el asunto de la marginalidad tiene que ver con otra cuestión, la del prestigio de los géneros. Pero esta discusión, según pasan los años, también pierde su matiz polémico. Si el prestigio se relaciona, en cambio, con la mayor o menor celebración de los artistas, los historietistas y los humoristas gráficos vernáculos no pueden quejarse: no les faltaron ni exposiciones ni articulos elogiosos. Y si el prestigio se comprende, quizás, como las posibilidades de un arte para iluminar gozosamente al prójimo, los historietistas y los humoristas gráficos ya demostraron que no le adeudan demasiado a la literatura, la plástica y el cine.
En efecto, por estas razones sostenemos que si hay un derecho que nos concede el presente no nos cansaremos de repetirlo, es el de ejercer una lectura más atenta y pormenorizada de lo que pasó en esta última década, más allá y más acá de sus bombos y platillos. La cantidad de material rodado en este período supera las expectativas del lector más voraz. Obligatoriamente, un imaginario observador de estas manifestaciones, guiado por la cronología, se decidirá, para extraer ciertas conclusiones de la producción, a efectuar una distinción operativa entre la mal bautizada historieta "seria" y el humor gráfico, distinción que propone, por otra parte, el mismo mercado.
Si recurre a la sagacidad, ese imaginario observador advertirá, con algo de desilusión, que a pesar de la efusión de los galardones, las muestras y la dedicación de la prensa, no toda la historieta argentina es nacional, aunque sea concebida en la parte de adentro de nuestras fronteras. En Las Ciudades Invisibles, ltalo Calvino le hace decir a Marco Polo: "Nadie sabe mejor que yo, sabio Kublai, que no se debe confundir la ciudad con el discurso que la describe". Se desprende, a nuestro juicio, que una historieta nacional no es, casualmente, esa que apela a una profusa utilería de chiripás, boleadoras y pulperías en desuso. Pero tampoco es, como constatará nuestro imaginario observador, la tendencia dominante de la década, marcada por el western, la crónica bélica de la segunda contienda, la ciencia ficción apocalíptica.
Por otro lado, nuestro imaginario observador comprobará que en el humor gráfico no se repitió esta historia. Seguramente porque el humor gráfico, mucho más que la historieta de aventuras, legitima su validez sobre la más inmediata actualidad. Por eso fueron los humoristas gráficos quienes tuvieron la misión, nada liviana, de reflejar las peripeclas de sus receptores; misión que, cabe resaltarlo, acometieron con habilidad y agudeza, contribuyendo, de esta forma, con los historiadores venideros que algún dla quieran indagar sobre las alegrías y las tristezas de los argentinos de los años setenta.
Probablemente, al volver su mirada a las historietas, nuestro imaginario observador concluirá que el panorama no es tan sombrío, que hubo algunas honrosas excepciones. Probablemente también, coincidirá con nosotros si deduce que la identidad nacional de un arte puede no estar ligada a la procedencia de sus artistas. ¿Acaso uno de los más ilustres escritores ingleses, Joseph Conrad, no era polaco? Sin alarmarse ni cederle al pesimismo, nuestro imaginario observador reparará que, por suerte, en la última década unos contadísimos autores de historietas supieron transformar en virtudes y potencialidades las limitaciones de un mercado signado por diligencias, galeones, tanques y cohetes. Si nuestro imaginario observador, impulsado por un casi justificable chauvinismo, hubiera incurrido en una apreciación equivocada, detectando piezas nacionales donde no las hubo, igualmente no sería tan grave. Porque para consuelo y como ejemplo, todavía perdura con su vital humanismo la obra de Oesterheld escrita, en su mayor parte, en los años cincuenta y sesenta. Al reencontrarse con esos relatos, los historietistas y los lectores se reencontrarán, primordialmente, con ellos mismos. Y como si fuera escaso este mérito, esa obra les descubrirá, si son sutiles, las claves de la mejor historieta nacional. En sus secuencias están todas las recetas de la aventura; la más sabrosa y rendidora es de una obviedad escalofriante: que un hecho "maravilloso" tenga lugar en un marco enteramente cotidiano y verosímil. Si "lo esencial -como aseveraba Saint Exupery- es invisible a los ojos", por su obviedad, es factible que esta receta pase desapercibida. Su instrumentación, paradojalmente, no figura en ninguna normativa; es privilegio y don de unos pocos narradores de raza que, además, slempre saben ver en los hombres y su alrededor.

Publicado originalmente en el catálogo del Tercer Encuentro del Humor y la Historieta Nacional, Lobos, Abril de 1980.

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